La vida es el mayor regalo del universo, desde que se tiene la noticia de que un bebé se está formando en lo más profundo de las entrañas de una mujer, desde ese primer instante en el que, según los expertos que han analizado el momento, la percepción del tiempo se detiene, la respiración se contiene, el pulso se acelera y un arrollador manantial de nuevas sensaciones desemboca en un mar de lágrimas de felicidad en los futuros papás, desde ese instante que ya jamás desaparecerá de sus memorias, y que cada vez que lo recuerden, pase en tiempo que pase, volverán a sentir ese gran impacto que es la vida, desde ese cruce de miradas cristalinas, ambos saben que ya no volverán a ser los mismos nunca más, ambos saben que hay algo que les importa más que cualquier cosa que les haya importado antes, más que el amor que se tienen el uno al otro, más que sus familiares más cercanos, más incluso que sus propias vidas.
Muchos filósofos, a lo largo de la historia, han dedicado su tiempo a dar una explicación sobre el porqué y para qué estamos aquí, es decir, a intentar explicar lo que ellos denominaban “El sentido de la vida”, pero para los futuros padres todo se aclara en un instante, todas esas preguntas que los filósofos llevan siglos queriendo descifrar se responden solas con esa primera sensación de saber que lo más tuyo que jamás tendrás, que un ser que es parte inherente de tu propio ser, crece dentro de un vientre preñado de ilusiones.
La primera noticia, la primera certeza, sea cual sea el medio por el que llega, de que una vida viene de camino, hace que las personas experimenten tal shock emocional, que algunos psicólogos han llegado a compararlo con el síndrome de Stendhal, según el cual las funciones del cuerpo se desorganizan al contemplar la belleza, sintiendo al mismo tiempo sensación de ahogo, euforia, elevación del ritmo cardíaco y vértigo, una montaña rusa que, lejos de desaparecer, resulta ser el comienzo de todo.
Mucho se ha escrito sobre el colapso emocional que las madres experimentan durante el embarazo, pero muy poco se ha indagado aún sobre ese instante imborrable en el que dos seres humanos se enteran por primera vez que van ser padres, pero aquellas personas que lo han sentido alguna vez saben que nada se puede comparar a ese instante, podrá haber sensaciones más fuertes, marcas psicológicas más profundas, pero ninguna es comparable a la explosión emocional de la primera noticia.